Cada distrito en la capital de Colombia tiene una calificación de 1 a 6 por afluencia, y sus servicios se subsidían de acuerdo a ello. ¿Pero es una idea loable crear división y estigma?
"Es buena calidad por el precio" dice Carlos Jimenez, un trabajador de la construcción, mientras toma un sorbo de su café y se apoya del pulido mostrador de Tostao', una cafetería en el bullicioso distrito de clase trabajadora de Bogotá, Tinjuelito.
A pesar de ser uno de los mayores productores de café del mundo, tradicionalmente, Colombia ha exportado sus mejores granos, y las pocas cadenas que sí lo venden son caras. En su lugar, los colombianos han desarrollado un gusto por el tinto, una mezcla dulce elaborada con granos sobrantes.
La cadena Tostao', sin embargo, vende café de verdad por un tercio del precio de las cadenas en las zonas más pobres de la ciudad, bajo el lema "sin estrato". Al igual que todos los buenos lemas de marketing, es una frase que guarda especial resonancia para el público que busca.
Algo así como la favorita de un urbanista, Bogotá ha sido alabada por sus innovaciones pioneras, como la red de Transporte de Bus Rápido Transmilenio. Pero la ciudad de elevada altitud con 8 millones de habitantes es también el lugar de nacimiento de una política de planificación más controvertida: la explícita estratificación socioeconómica.
Todos los barrios de la ciudad son clasificados del 1 al 6, con el 6 siendo el más rico y el 1 el más pobre. Las personas sin hogar son simplemente los sin estrato. La idea es que los residentes de los estratos "más altos" (5 y 6) pagan más por los servicios públicos como el agua, la factura del teléfono y la recolección de la basura, subsidiando a los estratos "más bajos" (1, 2 y 3).
"Vivo en el estrato 3," dice Jiménez."Entre 3, 4 y 5 no notarás mucha diferencia. Pero entre alguien del 1 y el 6, sí. El vocabulario, el estilo de vestir, la falta de cultura."
Su comentario es un instructivo de lo que muchos dicen es la consecuencia involuntaria de la estratificación: prejuicio y estigma. Lo que fue diseñado como un "sistema de solidaridad" ahora está acusado de alimentar la segregación social, y la autoridad del distrito de Bogotá está presionando para que el gobierno lo elimine.
Único para Colombia, el sistema de estratificación es aplicado de acuerdo a las características del hogar; el gobierno argumenta que "las viviendas pobres están habitadas por familias pobres". El ingreso no es considerado. Lanzado por primera vez antes de los 80 en Bogotá antes de extenderse a practicamente cada zona urbana, el sistema ha crecido para aplicarse a tarifas universitarias y programas sociales.
Bogotá se expande a lo largo de una gran cuenca andina, a 2.600 metros sobre el nivel del mar. Los "mapas de los estratos" muestran claramente cómo los estratos corresponden a la composición social de la ciudad. Más de la mitad de los ciudadanos de Bogotá viven en las zonas 1 y 2, mayormente en densos barrios de clase baja que cubren las laderas de los cerros; en las franjas del norte hay pequeños grupos del estrato 6, donde las lujosas torres cubren las laderas. Solo el 1,9% de todos los hogares en Junio del 2014 estaban en el estrato 6.
Ambiciones loables
Milena Pérez, de 39 años, trabaja como administradora cerca de un prístino parque comercial en el estrato 6, pero vive en el estrato 1, en el mega barrio de clase baja de Ciudad Bolívar. Viaja dos horas en cada sentido, de sur a norte. "Los dos son completamente diferentes: en el norte me muero de hambre porque las cosas cuestan mucho más", bromea. Si ella tuviera los medios, dice, se mudaría. "¡Si pudiera conseguir un marido rico del norte, entonces seguro!"
El esquema de estratificación tenía ideales impecables: aliviar la desigualdad urbana ayudando a los pobres a pagar menos. Los bogotanos parecen aprobar el principio. Pero el sistema es ineficiente. En los últimos tres años, el gobierno ha pagado un poco más de 85 millones de dólares estadounidenses (US$) a las empresas de agua de Bogotá para cubrir el déficit en los subsidios. También hay peculiaridades. El centro histórico de poca altura de La Candelaria, hogar de numerosos expatriados y diplomáticos, recibe subsidios de nivel 1 debido al estado patrimonial de la zona. Varias décadas después de la introducción de la estratificación, Colombia sigue siendo el segundo país más desigual de América Latina, según cifras del Banco Mundial.
Una consecuencia que sus planificadores no previeron fue que las personas compitieran por vivir en distritos más pobres y más baratos. Las comunidades a menudo luchan para demostrar que su área no merece ser llevada al próximo estrato. El taxista Carlos Córdoba, de 54 años, es un autodenominado "millonario tacaño" que elige vivir en el distrito sur de Soacha, en el estrato 3. "Gano mucho dinero", dice. "Podría vivir en el norte, pero no quiero pagar". Los estratos 4 y 5 son aburridos, dice, ya que hay menos personas que bailan, beben, festejan y pelean. Él piensa que el sistema de estratificación refleja la clase, en lugar de crearla, y la ciudad funciona mejor cuando las personas "se mantienen en su propio nivel".
"Si soy estrato 3, eso es lo que soy. ¿Cómo alguien de los estratos 1,vivendo entre los estratos 5, podrá pagar la leche?"
Las palabras de Córdoba insinúan otra crítica más grande del sistema: que los colombianos lo han adoptado como una herramienta para clasificar a las personas, no a los edificios. El sitio web del gobierno concuerda con Córdoba, argumentando que la estratificación no "genera tales diferencias" en clase, sino que simplemente las registra. Pero Manuel Riaño, un economista urbano y profesor de la Universidad de Rosario en Bogotá, cree que ha profundizado las divisiones entre las clases sociales y ha contribuido a la estigmatización de los pobres.
Traducción al español del artículo originalmente publicado en inglés. El mismo se puede encontrar acá.